jueves, 24 de mayo de 2007

Y a Ramoncín que le den por culo

La red tiene muchas cosas buenas. Yo diría que casi todas. Hasta la desinformación, de vez en cuando, me parece divertida (yo es que soy un mentiroso amateur, pero entreno mucho para poder llegar a ganarme la vida con ello). Pero una de las mejores cosas es la velocidad a la que llega la información y, sobre todo, la cultura. Internet ha traido una democratización de la cultura. Una película se estrena el viernes y dos horas después de aparecer los créditos en la pantalla ya te la puedes descargar en tu casa. Sí, ya sé, con una calidad ínfima, pero hay gente a la que eso no le importa, porque satisfacen esa necesidad tan humana de escuchar a alguien contando historias. Y encima sin necesidad de pagar entrada.

(Y a Ramocín que le den por culo)

Pero la democratización del arte también conlleva que en tal avalancha de contenidos no se le dé una segunda oportunidad a las cosas. El ejemplo más patente es la música. Por la noche te bajas un disco...

(Y a Ramocín que le den por culo)

... lo metes es tu mp3 y por la mañana escuchas el último disco que ha salido al mercado en el metro camino al trabajo. Ciermente las condiciones no son las mejores. Se mezclan los acordes de las canciones con "próxima estación... Alonso Martínez. Correspondencia con... líneas 4 y 5". Aún así, todavía se sabe cuando algo es bueno y cuando algo no merece la pena. Y si la primera vez no te convence, ya no le das otra oportunidad. Y por la noche repites la operación: borras sin piedad la carpeta de tu mp3, te bajas otro otro disco...

(Y a Ramocín que le den por culo)

... y sigues. Todo esto para decir que me he bajado el último de Maroon 5. Y es vulgarcito, vulgarcito. Me gustó mucho su primer disco (en especial las canciones pares). Pero en este segundo, a pesar de que todas las canciones tienen buenos principios, yo soy como los gitanos que dicen eso de "no quiero buenos principios para mis hijos". Porque después de los principios lo que hay es mucho plagio a Police. El de Norah Jones tampoco vale nada. Así que esta noche seguiré buscando alguna joya en la red para escucharla camino al trabajo, o esperando que alguna buena amiga me recomiende que me baje una sorpresa como Mika o similares...

(Y a Ramocín que le den por culo)

Porque en estos tiempos que corren y a la velocidad a la que vamos lo que no entra a la primera ya no entra...

(Y a Ramocín que le den por culo).

miércoles, 9 de mayo de 2007

pequeñas y grandes decepciones


El de la foto es mi hijo Raúl. Tiene poco más de trece meses (en la foto tiene menos y los dientes que lleva no son suyos). Por suerte, de un tiempo a esta parte puedo disfrutar más de él y casi siempre le baño a eso de las ocho y media. Hoy, mientras jugábamos al baloncesto en una pequeña canastita que tiene pegada a la pared con dos ventosas, se ha empezado a tocar la cola, a tirar de ella y a reírse. Digo cola porque decir "pene" a estas edades -a la suya y a la mía- me resulta ridículo. Hasta ahí bien y todo normal. Será pasión de padre, pero mi hijo tiene la risa más bonita del mundo. El problema ha llegado un poco más tarde, cuando a su corta edad se ha llevado la primera gran decepción de su vida y quizá también una de las lecciones más importantes que los hombres (no los seres humanos, los hombres) aprendemos a lo largo de nuestra existencia.
No, no ha descubierto quiénes son los Reyes Magos ni que el Atleti (su equipo) nunca ganará la Champions. Ha sido algo más grave.
Tras jugar un rato más con su cola, se ha agachado todo lo que podía hacia ella, ha hundido la cabeza en el agua, la ha levantado al momento y me ha mirado extrañado. Y he comprendido lo que significaba esa mirada. Sin palabras me ha dicho: "Papá, no me llega la cola a la boca". Yo sólo me he encogido de hombros y le he dicho que no, que nunca llega. Cuando ha salido del agua le he notado algo más triste pero también más maduro.
Él, a los 13 meses ya sabe que no le llega. Yo, a los 18 años, aún intentaba que me llegara.